
Publicado 2025-10-13
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- Rosario Castellanos,
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Derechos de autor 2025 Víctor Barrera (Autor/a)

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Resumen
Durante mucho tiempo me intrigó la muerte de Rosario Castellanos. Sabía lo básico: el escenario,
Tel Aviv; los instrumentos: una lámpara y una descarga eléctrica. Y casi nada más. Tenía presente
que murió ejerciendo el cargo de embajadora de México en Israel durante el sexenio de Echeverría
(1974), en ese ambiente, entre tétrico y esperanzador, del México post-sesentaiocho. La lectura del
prólogo de Raúl Ortiz, ese peculiar ensayista y traductor (a quien le debemos la mejor versión en español de Bajo el volcán), a su correspondencia con Castellanos (Cartas encontradas, 1966-1974), me reveló
el motivo de la intriga y confirmó lo que sospechaba: la participación del absurdo en el deceso de la
escritora (sólo se me ocurre un caso similar, el de Albert Camus). No me interesa ni es mi propósito
abusar del morbo. He traído a colación la muerte de la autora de Balún-Canán porque creo que marca
un contraste iluminador respecto a su vida. Una vida llena de inteligencia y reflexión, y, por lo mismo,
agitada y en constante tensión. Uno de sus versos favoritos podría describir su paso por el mundo:
“Oh inteligencia, soledad en llamas”. Porque fue precisamente la lectura del poema de Gorostiza, en
la famosa antología Laurel (cocinada en conjunto por Octavio Paz, Emilio Prados, Juan Gil Albert y
Xavier Villaurrutia en 1941), la que le reveló el peso de la literatura en la realidad (y al revés también:
el peso de la realidad en la literatura).